Alumnos problemáticos o docentes que no se esfuerzan

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Hace unos días, una amiga que se mudó a Madrid por trabajo me contaba su primera experiencia en el colegio en el que la contrataron. Se trataba de un centro concertado que impartía desde educación infantil hasta cuarto de la ESO. Es decir, todos los cursos antes del bachillerato.

Al reunirse a finales de agosto con el director, jefes de estudio y demás compañeros para la elección de tutores para cada curso, éstos le dijeron: “vaya, te ha tocado los alumnos problemáticos del centro”

¿De verdad hay que usar la etiqueta de alumnos problemáticos?

Mi amiga, que es una docente de corazón (como yo llamo a los buenos maestros), preguntó por qué, y le contestaron lo siguiente: “se trata de 2ºC. La mayoría de esos estudiantes se metieron en peleas el año pasado. Hay una alumna con dislexia, que eso siempre es un incordio, y varios padres nos han llamado diciendo que se iban a divorciar, exponiendo que el centro debería saberlo también.

Ah, y casi se me olvida:  son adolescentes y casi todos tienen una actitud de desinterés total”.

Evidentemente, cuando terminó de hablar no me pude resistir a preguntarle si la persona que le había soltado ese sermón tan increíblemente horrible, era profesor en el centro. Y ella riéndose, prefirió no contestar, así que, os podéis imaginar la respuesta.

Ante esta situación, los docentes tienen dos opciones: tirar la toalla desde el principio: entrar en el aula a esperar que pasen las horas, y caminar en la vida de los estudiantes sin pena ni gloria, ó entrar por la puerta de la clase con una actitud motivadora. Y por supuesto sin utilizar la absurda etiqueta de alumnos problemáticos.

¿De verdad hay alumnos tan problemáticos cómo dicen algunos profesores?

Mi amiga, maestra de corazón, como ya he dicho antes, escogió la segunda. Le habían comunicado que iba a ser tutora de 2ºC, alias el curso difícil, y su profesora de lengua y literatura y de ciencias sociales.

Ella me dijo que el primer día de clase todos los alumnos, estaban sentados en sus sillas y con los cuadernos y bolis encima de la mesa. Estaban callados y sin mirarse los unos a los otros.

Parecía que minutos antes había ido el director y les había amenazado sin salir al recreo o quedándose media hora después de clase. La tutora (es decir, mi amiga), les dijo que guardaran el material en la mochila, que no iban a apuntar nada.

Me contó que se pasaron las dos horas de presentación conociéndose. Ella les preguntaba por las cosas que les gustaban, por lo que hacían en su tiempo libre, por la música que escuchaban, o si practicaban algún deporte. Dedicaron el tiempo a hacer dinámicas de grupo para empezar a trabajar la confianza y el compañerismo desde el principio.

A día de hoy, esa clase de “alumnos problemáticos” es la que más motivada, feliz, emocionada, e ilusionada está. Mi amiga, aplicó el aprendizaje por proyectos, el cooperativo y creativo con ellos. Daba importancia a los debates, a las opiniones y a la educación emocional.

¿No será que hay docentes que no se esfuerzan en nada?

Hasta ahora, sus alumnos no se han metido en ninguna pelea. Todo lo contrario, dan mucha importancia al compañerismo y se ayudan los unos a los otros. Y por supuesto, a la alumna con dislexia, se le han hecho todas las adaptaciones posibles para que se sienta en el aula lo más cómoda posible.

Mi amiga se reunió con la mayoría de los padres para conocer todas las situaciones por las que pueden estar pasando los estudiantes. Creía que de esa manera podía ayudar mejor a los alumnos y a las familias. 

Ella me decía que los demás profesores estaban sorprendidos. Que no sabían cómo había transformado a los alumnos de esa manera. Pero de lo que no se daban cuenta, era que ella no había cambiado a nadie, que no había transformado a los estudiantes.

Que esos alumnos comprometidos y sensibles, los que aplican valores importantes en el aula, siempre habían estado ahí. Estaban ahí pero nadie les había escuchado ni intentado comprender. Y en muchas ocasiones, las personas, sean alumnos o no, lo único que necesitan es ser escuchadas. Quizás lo único que querían era un poco de valoración. 

No todos los profesores comprenden, escuchan y empatizan

Es muy fácil etiquetar como alumnos problemáticos a un curso. Parece muy sencillo no escucharles, no entenderles. Es muy sencillo sentarse en una silla, impartir la lección y mandar deberes.

Es muy fácil decir que los alumnos no estudian y que no hacen nada sin implicarse realmente. Pero los que hacen eso, y perdonadme por el comentario, no son docentes de verdad, no lo son de corazón.

Un buen profesor se alejaría de las etiquetas sin sentido y se implicaría con los alumnos. Se involucraría también con sus familias. Tendría en cuenta a los estudiantes, les motivaría, y les intentaría contagiar toda la ilusión y la emoción que siente él. ¿De verdad todas las personas que se dedican a la educación esperan que los alumnos sean de dieces? ¿Esperan que no tengan nunca ningún problema emocional o personal?

Hay estudiantes complicados, sí, pero no se merecen críticas ni ofensas. ¿Y si se les ofrece ayuda sincera?

Soy de las personas que piensan, que esos alumnos problemáticos, como los llaman algunos, posiblemente, tengan una emoción o un sentimiento dentro que no pueden gestionar. Puede que no sepan cómo hacerlo. Esos alumnos problemáticos pueden tener problemas en casa, con sus padres.

Pueden sentirse rechazados por sus compañeros y pueden tener problemas de autoestima y de autoconcepto. Quizás no se sientan valorados ni comprendidos en sus colegios. Pueden estar pasando por mil cosas a la vez, estar increíblemente confusos y sentirse solos.

Si un docente decide no hacer nada al respecto no debería llamarse maestro ni seguir trabajando. Hay profesores que deciden no involucrarse con los alumnos ofreciéndoles su ayuda y comprensión. Está claro que esos docentes deberían dejar el centro educativo.

Y si hay maestros que escogen la vía fácil  sin ni siquiera esforzarse por conocer a todos los estudiantes, no sé por qué decidieron dedicarse a la enseñanza. 

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