Hace algunos días, pude ver una pequeña entrevista a una educadora infantil que trabajaba en Suecia. Como si fuera lo más normal del mundo, ella exponía que su aula estaba formada por quince niños y tres maestras. Cada una, estaba con cinco pequeños en su jornada laboral, encargándose de su bienestar, de su seguridad, de fomentar su creatividad, su imaginación y de ofrecerles momentos de experimentación y descubrimientos y de crear un ambiente adecuado para todos ellos. ¿Qué pueden llegar a pensar los educadores infantiles infantiles españoles de esto?
La mucha responsabilidad que tienen los educadores
Cuando escuché que en una clase había tres profesionales de la educación, no pude evitar echarme las manos a la cabeza. Desde mi experiencia, he tenido que presenciar cómo sólo una educadora estaba con dieciocho niños de entre dos y tres años. Oír como en países que no están tan lejos de España, tienen en un pedestal a los profesores y personal educativo, es decepcionante.
Pero lo que es cierto es que no se imaginan la presión y estrés que tienen que sufrir bastantes de ellos. Os pongo un ejemplo: hace poco, una amiga me contó que un pequeño se había caído en el patio y que se había hecho un raspón en la rodilla, no fue nada grave, pero al comunicárselo a sus padres, éstos se pusieron como verdaderos monstruos.
Ni siquiera, pudieron entender que en su aula eran diecisiete niños y estaba ella sola. Que por mucho que se les mire y vigile, dos ojos, dan para lo que dan, y algunas situaciones no se pueden evitar por mucho que se quiera.
Poca empatía y sensibilidad hacia ellos
También, he llegado a escuchar a unos padres acusar a un educador de no cambiar el pañal a su hijo cuando ellos venían a buscarlo. ¡Cómo si los educadores tuvieran súper poderes y adivinasen el momento justo en el que los niños van a hacer sus necesidades! Obviamente, esas familias no tienen ni idea de que ese profesional, seguramente tenga que cambiar diez pañales más él solo y no pueda perder el tiempo en comprobar después uno por uno que están todos increíblemente relucientes. Sé de casos que por esas situaciones, educadores han estado a punto de perder su trabajo. ¿Falta de empatía? Por supuesto.
No dejo de pensar en la educadora de Suecia y en su gran sonrisa. Contaba abiertamente, que le encantaba su trabajo. Que estaba orgullosa de formar parte de la educación de su país. Que los padres agradecían cada día su labor en el centro educativo, y que la mayoría de de políticos tenían muy en cuenta a los maestros y profesores. Una escuela en la que por supuesto, los niños iban a pintar, a aprender jugando, a relacionarse con los demás y a desarrollar habilidades sociales y la inteligencia emocional.
Profesionales que van mucho más allá de educadores
Y ahora, pienso en los educadores de aquí y en lo poco reconocido que está lo que hacen ellos en las aulas. En muchos casos, estos profesionales pasan más tiempo con algunos niños que sus propios padres. Los educadores infantiles, son capaces de emocionarse enormemente por ver sonreír a sus alumnos, y estoy segura de que seguirán luchando por el bienestar de esos pequeños y para que disfruten de su día a día.
Hace unas semanas, discutiendo con una conocida me dijo: “eso de que los educadores hacen el papel de enfermeros, es mentira, para eso llaman a los padres y van a recoger a los niños”.
Puede que algunas veces sea así. Pero hay otras muchas que los padres no pueden salir del trabajo y no tienen a nadie que cuiden de sus hijos. Por lo tanto, hay niños enfermos que se tienen que quedar en los centros hasta que sus padres vienen a por ellos.
Y también, se han dado situaciones de que las familias han llevado a los pequeños malos de casa: “ha estado toda la noche con fiebre y ahora también. Tendrías que darle esto cada cuatro horas”. ¿Eso no implica hacer de enfermeros y enfermeras? ¿Eso no significa poner el termómetro cada cierto tiempo para ver si va mejorando o empeorando?
Auxiliares de enfermería cuando tienen que encargarse de dar una medicina a los más pequeños y ponerles el termómetro porque están enfermos, actrices y actores de teatro cuando en el centro desempeñan alguna obra, creadores de un clima adecuado para todos los niños, encargados de la seguridad y el bienestar de cada uno de ellos, amables y sensibles con las familias, intermediarios de posibles conflictos en el aula, y por supuesto, educadores. Así es el día a día de los educadores infantiles.
Los educadores merecen ser más valorados sí o sí
Y aun así, por todo ese trabajo, por toda esa responsabilidad, por el cariño que muestran con todos sus alumnos y familias, muchas veces, les tratan de una forma que ni de lejos es la adecuada. Evidentemente, los que juzgan, los que hablan sin saber, los que desprecian este fantástico y precioso trabajo (o al menos debería ser así), no se han puesto ni por un momento, en la piel de los educadores infantiles.
Sí, habrá niños que se caigan, que se manchen y que se hagan pis o caca cuando vengan sus padres a recogerles. Pero, claro a todos nos pasaría eso si fuésemos responsables de al menos quince niños sin tener ninguna ayuda. Al menos quince niños jugando en un parque, al menos quince niños a los que cambiar los pañales y lavar. Quince niños a los que enseñar los contenidos que dictan los programas, porque sino lo haces, estás de patitas en la calle.
Al menos quince niños con sus respectivas quince familias a las que informar, comunicar, explicar y atender. Y a pesar de todo eso, a pesar de no ser reconocidos, de no escuchar casi nunca un “muchas gracias por todo”, ellos, siguen diciendo que no cambiarían por nada su trabajo y su día a día con los niños. ¿Y algunas personas dicen que no son profesionales y que su labor no sirve para nada?