Si en el pasado me hubiesen pedido mi opinión acerca de enseñar a gestionar las emociones en el aula, no habría sabido qué responder. De hecho, todavía recuerdo aquella época en la que pensaba que la tristeza era “algo” negativo que había que evitar a toda costa y me parecía bastante extraño que alguien me argumentase que no había nada malo en experimentarla. La educación emocional era una gran desconocida.
La educación emocional es totalmente necesaria
Pero, por suerte, ya no opino de la misma manera. Y, además, considero que muchas personas no son realmente conscientes de lo necesario, vital y urgente que es que el sistema educativo nos brinde la posibilidad de poder conocer el funcionamiento de nuestras emociones y de saber gestionarlas.
No se trata de ningún capricho: las emociones determinan nuestra vida y saber usarlas de manera inteligente es un asunto que agradeceremos toda la vida. Así, la idea radicaría en transmitirnos a los estudiantes una serie de valores que distarían mucho de la competitividad en la que, actualmente, se basa nuestra sociedad.
Así, promover los “secretos” de la inteligencia emocional nos proporcionaría múltiples beneficios que nos ayudarían tanto a superar de manera menos traumática periodos de estrés como a mejorar la convivencia en las clases, reduciendo el número de casos de bullying.
Veamos, en líneas generales, cuáles serían a mí parecer aquellos aspectos que se podrían mejorar gracias a la educación emocional.
¿Qué podría mejorar la educación emocional?
Automotivación, autorregulación emocional
En primer lugar, promover adecuadamente la automotivación. Estimularnos desde un punto de vista positivo y constructivo, enseñándonos todo lo que podemos obtener si estudiamos. Comentarios destructivos del tipo: “si no estudias, acabarás viviendo en la calle o no tendrás un trabajo que te guste”, no creo que ayuden a motivarnos a largo plazo. Ni mucho menos. Más bien, eso nos transmite miedo y nos impide disfrutar de la suerte que tenemos al poder estudiar.
Al mismo tiempo, es esencial educar la autorregulación emocional: gestionar la decepción y la frustración ante un suspenso. Pienso que sería interesante actualizar este concepto. Abogo por enseñar a desdramatizar este término para entender el suspenso como parte natural del proceso de aprendizaje de cada persona. En efecto, suspender una asignatura o un examen nunca será el fin del mundo ni nos hará menos capaces. Pero, aun así, podemos entrenarnos mentalmente para “quitarle hierro” al hecho de no haber aprobado. Suspender, simplemente, es lo que es.
Y somos muchísimo más de lo que dice un papel o un número en el boletín de notas.
Aprender a ser: elección de la persona que queremos ser
En segundo lugar, otro de los beneficios que nos puede proporcionar el desarrollo de nuestra inteligencia emocional es que “podemos elegir ser lo que queramos ser”. Creerse la etiqueta de “ser” tímido o tímida y que nunca se puede cambiar es tan limitante como creer que “soy” malo o mala en Matemáticas. Enseñar a erradicar y modificar esas creencias irracionales y hacernos sentir capaces de cualquier meta (realista) que nos propongamos puede ser primordial para nuestro futuro.
Cada vez creo con más convicción que no es real que alguien no valga para bailar, ni para tener habilidades sociales o que no valga para estudiar. Es todo humo mental que nos creemos ciegamente y que muchas veces no cuestionamos porque, simplemente, no sabemos que podemos hacerlo. Seguramente, solo nos falte práctica.
La educación emocional se aleja de la competitividad
Por último, sería genial que nos motivaran para mejorarnos a nosotros mismos. Que no nos enseñaran a compararnos ni a competir, que nos dieran a entender que cada uno lleva un ritmo. Es más: hacer hincapié en la idea de que nadie es mejor ni peor por tener más o menos estudios. Al respecto, es importantísimo dejar claro que nuestra autovaloración no debería depender de nuestros resultados. De lo contrario nuestra autoestima, casi seguro, se verá afectada. Las calificaciones académicas no determinan la validez de cada ser humano. Y, afortunadamente, nunca lo harán.
En definitiva, ahora me parece fundamental que nos enseñen a gestionar las emociones. Muchas veces me pregunto cosas como ¿es suficiente que un profesor solo tenga conocimientos de una materia? O, ¿de qué sirve que un cirujano sepa mucho si no controla sus nervios antes de una operación? ¿De verdad hay que esperar a que la vida nos enseñe a gestionar esas cosas?
¿Por qué no empezar a enseñarlo desde bien pequeños?